Controversias cienticas

Teoría de los miasmas
En el campo de la medicina, durante la antigüedad griega, con Hipócrates como principal exponente, la medicina hacía muchísimo hincapié en la prevención de la enfermedad, en la higiene personal, en la limpieza -los baños fueron una costumbre muy arraigada en el mundo griego, romano y posteriormente entre los árabes- y en otra serie de factores como la alimentación, la vestimenta, la práctica de ejercicio… que estaban basados en la teoría de los humores, que entendía la salud como una armonía, un equilibrio de estos humores, y propugnaba la justa medida en todas las cosas.

Durante la Edad Media europea todas estas ideas se van a ir perdiendo y la medicina se decanta por los remedios para lograr la curación olvidando la prevención. Así encontramos que en el siglo XIX todavía no había ninguna práctica de higiene privada y entre los médicos se había popularizado la teoría miasmática. Los miasmas eran unos efluvios misteriosos que salían del suelo y en cualquier momento podían hacerle a uno enfermar, sin intervención de un sujeto transmisor, por puro azar. Se trataba según los doctos académicos de un gas químico, que emanaba del cuerpo de los cadáveres y de los enfermos y que se disolvía en el ambiente de tal forma que eran las corrientes de aire las que lo trasmitían. Ni siquiera se consideraba la idea de que el contacto con el enfermo supusiese un riesgo. En palabras de un médico de la época.Incluso se llegó a la creencia de que los baños, por la acción del agua caliente y el vapor de agua, abrían los poros de la piel permitiendo a los miasmas penetrar más fácilmente, por eso las personas adquirieron la costumbre de aplicarse cremas y aceites en el cuerpo para tapar los poros, en vez de bañarse.

A pesar del error de concepto se tomaron algunas medidas adecuadas de control

 ambiental como fueron la prescripción de cuarentenas, el sacar los mataderos y los cementerios fuera de las ciudades, y la creación de algunos lugares, establecimientos sanitarios llamados lazaretos, localizados sobre todo en los puertos para cerciorarse de la salud de los marinos y el estado de las mercancías transportadas. Para ello a los marineros se les confinaba un tiempo y se les hacía pasar por duchas de agua con vinagre y vapores de azufre, para «neutralizar» el miasma, hasta que conseguían la «patente de limpio».

Uno de los primeros médicos en comprender el error de esta teoría va a ser Ignac Semmelweis (1818-1865), de origen húngaro, que trabajó en un hospital en Viena en la sección de maternidad, y se dio cuenta de un hecho curioso. En esa época, en 1848, las mujeres que parían en su casa tenían más posibilidades de sobrevivir que las que parían en el hospital y de entre las que parían en el hospital, las atendidas por comadronas sobrevivían en mayor proporción que las que eran atendidas por médicos y por los estudiantes de medicina. Gracias a una serie de sucesos, entre ellos la muerte de un colega médico tras cortarse el dedo con un bisturí mientras diseccionaba un cadáver, Semmelweis comprendió que lo que ocurría es que los médicos y los estudiantes de medicina pasaban por la sala de autopsias e inmediatamente iban a atender a las mujeres que acababan de parir, con heridas todavía abiertas, con lo cual todos los microorganismos -él los llamaba «materia cadavérica»- propios de los cadáveres en descomposición eran trasmitidos a dichas pacientes. Implantó entre sus estudiantes de medicina simplemente la medida antiséptica de lavarse las manos antes de atender y examinar a sus pacientes. Con eso descendió muchísimo la mortandad en su sección, así que invitó a todos los demás médicos del hospital a que hiciesen lo mismo, pero encontró una fuerte oposición. Para ellos la fiebre puerperal se transmitía por los miasmas, y los éxitos de Semmelweis eran fruto de la casualidad, no tenían fundamento. Es como si hoy en día en un hospital se quisiese imponer la norma a los cirujanos de santiguarse antes de entrar a quirófano, tal era el auge de la teoría miasmática que el lavarse las manos era considerado algo supersticioso.

Como no sólo los médicos no le hicieron caso sino que sus mismos estudiantes dejaron de lavárselas, la mortandad volvió a dispararse, y los directivos de su hospital hicieron que fuese destituido. Semmelweis escribió un libro titulado De la etiología, el concepto y la profilaxis de la fiebre puerperal, y lo mandó a los mejores hospitales de Europa pero no encontró eco en sus ideas. Finalmente, frustrado, se volvió a su país y le entró tal desesperación que lo ingresaron en un manicomio por desequilibrio mental, donde moriría en 1865. Paradójicamente, en ese mismo año Luis Pasteur demostró la teoría microbiana de la enfermedad, y posteriormente Robert Koch estableció los postulados de las enfermedades infecciosas para asentar con total coherencia una mentalidad etiopatológica y demostrar la existencia del agente transmisor del contagio, los microorganismos. A partir de entonces, lavarse las manos constituyó una medida preventiva universal.

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